— Por la socia Patricia Álvarez Sánchez —
¡Ay, amor bajo el naranjo en flor!
Si traducir obras literarias es una tarea compleja, traducir poesía, sus melodías y silencios lo es aun más y conlleva un sorprendente malabarismo lingüístico de sacrificios y equilibrios. Tal y como Spivak argumenta, el traductor debe primeramente rendirse al significado y a la forma y después, desarrollar un entendimiento de aquello que el texto expresa.